marzo 1, 2018

Novillos en la clase de yoga

“Novillos en la clase de yoga” Esta entrada ha sido publicada originariamente en la web del Centro Sociocomunitario de Coia , que con motivo de la celebración del 25 aniversario ha convocado un concurso literario para que los usuarios del centro pudiesen escribir en forma de relato alguna experiencia o beneficio que han obtenido de su participación en sus actividades. Y ayer se ha publicado este relato que me pareció precioso y al cual quiero dar difusión también aquí para que podáis disfrutarlo Iba de farol y perdí… o ¿gané? Por lo visto mi matrimonio tenía electroencefalograma plano no sólo para mí. Dije que me iba y el que se fue, fue él. A los quince días ya tenía quien le calentara la cama de nuestro apartamento en la playa, por lo tanto, tuve que asumir que no había vuelta atrás. A partir de ahí, me sumergí en el doloroso proceso del duelo y el divorcio, porque una cosa es dejar tú, y otra que te dejen a ti. Cuando conseguí reponerme un poco, me anoté a clases de yoga. Pensé que sería un buen sustituto de los ansiolíticos. Me enganchó desde el principio. La profesora me pareció buena y el precio inmejorable. Así que desde había ya varios meses, asistía al C. S. todos los martes y jueves. La experiencia del divorcio me había convertido en una persona más reservada y prácticamente no hablaba con los compañeros más que lo esencial. En la clase los hombres no pasaban inadvertidos, dada su escasez, así que había reparado en los dos únicos especímenes masculinos: Paco, que iba con su mujer, y León. No sabía muy bien si León era su nombre, apellido o apodo.   Con este último coincidía en la cafetería antes de entrar en clase. Él en su esquina de la barra con un té. Nos saludábamos con la mirada y poco más. Yo había reparado en que debía haber sido guapo. A sus sesenta y pico aún resultaba atractivo. Por su práctica en clase, había deducido que llevaba años practicando yoga. Ese día mi sitio habitual estaba ocupado, así que no tuve otra opción que leer el periódico en la barra. Cuando llegó, cambió su esquina y se sentó en el taburete a mi lado. Una noticia de prensa fue la disculpa para iniciar la conversación y al poco ésta resultó de lo más animada. Nuestro rato de charla antes de la clase se había convertido en algo habitual. La prudencia hacía que nuestra conversación no fuese muy personal. Yo trataba de hacerme idea de su vida uniendo trocitos de frases sueltas, pero no me acababan de encajar los retales. En ocasiones deducía que vivía solo, en otras que tenía una esposa a la que quería, en otras que era viudo. Un día al salir me acompañó a la parada del bus y esperó a que yo lo tomase. Esto también se convirtió en un hábito. Ya no me importaba que los Vitrasas se retrasaran. Hablábamos de cine y música. Comentábamos los cuentos con los que la profesora ilustraba sus clases. Y así llegó la primavera. Había decidido ir andando y al poco de enfilar la avenida, León me salió al paso. Aquel día estaba triste. Su mujer, me dijo, se había ido para siempre. Pensé que había fallecido y fue entonces cuando él me habló como si yo estuviera al corriente de todo. Años de “despistes” y “peligros” en casa dieron paso al inevitable y doloroso  ingreso en una residencia en la que llevaba ya dos años. Su Alzheimer había llegado ya a un grado en el que apenas hablaba. Cuando lo hacía, lo trataba como si fuera su padre o su hijo. Esa mañana, en su casi diaria visita a la residencia, le había aconsejado que “buscara una buena novia con quien formar una familia”. León estaba muy triste porque no sabía si Clara le hablaba desde su ausencia o desde un claro de lucidez. “Creo que sin darme cuenta llevo algún tiempo buscando novia”, me dijo, tratando de ocultar bajo las gafas de sol las lágrimas. Hacía ya unos metros que habíamos dejado atrás el C. S. Ese día hicimos novillos. Seguimos caminando en silencio. Simplemente caminando, viendo la naturaleza renacer sin pudor. Respirando, caminando, viviendo el presente como si de una práctica de yoga se tratase. Así hasta llegar a la arena de la playa. El sol estaba a punto de ocultarse en el mar cuando León dijo “¿Quieres conocer a Clara?” Me pareció que me estaba pidiendo una cita.   Fue entonces cuando tomé conciencia de lo íntima que era nuestra relación. Seudónimo Margarita. Fuera de concurso.  

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